Nombres que llevan a otros caminos (evocar a Nadia Comaneci)


He presenciado el debate que surge a raíz del nombre que llevarán los hijos. En muchas ocasiones, si de reuniones se trata, se extiende hasta altas horas de la noche y no siempre termina bien, porque ¿quién no se siente lastimado cuando ve su propuesta eliminada y más si ésta, es decir el nombre propiamente dicho, lleva de manera implícita una carga emocional.

En esta discusión, la familia pone sus cartas sobre la mesa; esto es, los nombres de los abuelos, los tíos, el primo que murió tempranamente, etc. O, en caso contrario, nombres tomados de algún libro y que tienen, por cuestiones históricas o mero capricho del autor, significados muy altos: el nombre de una reina, de una virgen, de un dios de alguna cultura antigua.

Entre más se acerque la fecha del nacimiento, las discusiones son más apasionadas. Hay padres, que para nombrar necesitan conocer. Es el caso de Adriana y su esposo. En síntesis, si la niña se parece a ella, llevará el nombre de la madre de ésta, es decir, de la abuela de la niña; si se parece a él, deberá llamarse como su hermana menor. Adriana suplica en silencio para que la bebé tenga cuando menos el arco de sus cejas. ¿Por qué ponerle a la niña el nombre de la hermana muerta? Ocho años atrás, Laura, murió en un accidente automovilístico.

Mis padres, en cambio, no discutieron. Mi presencia, aunque con un año de trámites, se dio de la noche a la mañana. “Aunque cumplimos con todo, no sabíamos cuándo llegarías a casa. O si, en efecto, llegarías”. Llegué, y al nombre que me habían puesto en el hospicio, encimaron el de Nadia Graciela. Nadia por Nadia Comaneci y Graciela, tal como mi madre.

Si me dieran a escoger, les diría que me dejaran el nombre de Lourdes, nombre que llevé mientras estaba en el hospicio. Desconozco su razón, pero lo siento más propio. A mi padre lo enloquecía Nadia Comaneci. En ese año, 1976, Comaneci rompía el tablero de calificaciones. Con 14 años, se convertía en la primera gimnasta de la historia en recibir un puntaje de 10 (perfecto) en las barras asimétricas durante los Juegos Olímpicos. “Además, asegura él, también estás destinada a conquistar el mundo”. Esta parte me gusta. Y ¿qué padres no confían en que sus hijos dejarán huella?

La historia va un poco más allá. Mi marido adivinó mi edad relacionando mi nombre con el de Comaneci. Algo que lo alarmó profundamente. ¿Cómo nuestros caminos podrían siquiera acercarse? Los años dictaron otra cosa, la decidión de él y mi fascinación por su edad, hombre maduro al fin, acortó incluso las distancias territoriales. Tuve que cruzar casi medio país para encontrarlo. Con lo anterior, digo que el debate de ponerle nombre a un bebé, tiene sentido. No es en vano. Como tampoco para mí, que sin hijos, decidido el nombre de mis publicaciones, sean libros, poemas, relatos cortos. Una manera de ser, en la intimidad, parte del debate eterno.

Ilustración | Gabriel Pacheco

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